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sábado, 12 de noviembre de 2011

Lunes (Gabriel Rodríguez)

LUNES
Hay días en que uno se levanta y desea haber despertado en otro sueño, y se da cuenta que de haber sido otro el escenario donde apareciera quizá nunca se enterara de ese aliento necrófilo que hoy adorna la boca. En esos días uno se extraña de sentir en el pecho una cabeza ensombrecida por largos cabellos negros, un cuerpo desnudo que sostiene la cabeza extendiendo los brazos para sentir con regocijo el calor ajeno. Nos damos cuenta que el calor es de un sol lejano, que el precio de las cervezas de la noche anterior había sido de algunas prendas esparcidas por el cuarto, besos etílicos y alguna que otra imagen desfilando a lo interno de mi sexo. Algo así como los gemidos de un amor pasado, o los orgasmos de mi madre, largas eyaculaciones de odio que siguen engendrando pequeños demonios en mi cuerpo, en un largo embarazo de años acumulados.
Recuerdo, en esos días, que Dios es el sujeto más ocioso del paraíso, donde sigue dando vueltas en su odio propio, un suicida sin cuerda y sin cuello quien no puede superar el trauma de vivir una vida sin la posibilidad de autodestruirse.
Al sentirme así de muerto me recorre una risita irónica por todo el pecho y la seguridad de saberme mortal junto a la posibilidad de elegir la hora de mi tumba vuelve cálida la suavidad de la sábana. Es entonces donde la voluntad se debate con el pretexto, y la vida y la muerte me parecen más un entretenimiento mundano en el empeño de la gente por nombrar las cosas.
La decisión del momento sería la de levantarse, besarle los labios a la cabeza (la cortesía tiene su lugar ) incluso darle una última mirada a esa silueta que debajo de la sábana se revuelve en el cansancio, para luego ponerse la ropa, contemplar las dudas existenciales que salen a flote a la hora de ponerse los zapatos, como un espectador ante sus contrariedades que camina hacia la puerta de salida del azaroso escenario dejando encerrados en aquel cuarto sus aún existentes dilemas morales, con andar apresurado, esperando encontrar un lugar donde comprar un café que acompañar con un cigarro.
En esos días uno fuma y recuerda que debe aligerar el paso, bañarse y empezar un nuevo día. Y es allí donde uno desea que el sueño fuera otro y no este donde uno de los míos camina en un planeta de fantasmas, mientras Dios sigue dando vueltas en cada paraíso.